Con el programa de hoy inauguramos una breve serie sobre las relaciones del flamenco con los grandes movimientos políticos, históricos y culturales. Dejando a un lado los análisis sobre su dimensión musical o escénica, intentaremos observar cómo y en qué medida el cante está atravesado por los sistemas, las estructuras y las grandes dinámicas sociohistóricas. No podía ser de otra manera, claro está, pero a mucha gente se le olvida y a otros, los más obsesionados con el volkgeist, les incomoda, como incomoda toda realidad compleja a aquellos que tratan de imponer martingalas esencialistas.
En este primer capítulo ni siquiera llegamos al flamenco como tal, puesto que nos quedamos en 1831, año del fusilamiento de Torrijos, pero sí hablamos del contexto casticista y de introspección identitaria que desde el siglo XVIII pondrá la semilla para que, ya en el XIX, germinen algunas manifestaciones plenamente románticas como el flamenco. Por el camino, nos cruzamos con dos invasiones francesas (la napoleónica y los 100.000 hijos de San Luis), con Lola y Agustina, con el rey felón, con Metternich y el Eje del Mal, con banqueros españoles que mandaban en París, con Riego trazando el primer triángulo flamenco, con liberales que mueren y pueblos que se intentan hacer nacer…
A todo esto aluden las seguiriyas, soleares, cantiñas y mirabrases de Mairena, la Paquera, Pericón, Enrique Orozco, Chozas de Jerez, Canela de San Roque y Pepe Marchena.
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