Para escribir este libro ha indagado en el arcivo de Huéscar, en los de la Real Chancillería y el Tribunal Togado Militar de Almería. Todo comenzó cuando un historiador local, Agustín Gallego Chillón, «gran apasionado de la Historia», la animó a seguir recuperando la memoria de su pueblo; Rosa aceptó el reto y encontró que el archivo municipal había una lista de mujeres represaliadas. Una lista con documentos muy significativos: informes de la Guardia Civil, del sacerdote del pueblo, el alcalde y el jefe de la Falange. Los documentos incorporados a los expedientes de las personas represaliadas tras el golpe y durante el franquismo para tratar de justificar lo injustificable: condenas políticas y ejecuciones sumarísimas.
El libro rescata la memoria borrada de mujeres de las que, incluso, en algunos casos, familiares «no querían saber nada»
«Los historiadores hacen un trabajo magnífico. Sus libros son magníficos para consultar, pero no reflejan las vidas. No sabes qué se esconde detrás de esos hombres». Hombres, sí, porque como destaca Rosa Chillón, la memoria de las mujeres represaliadas ha tardado mucho más en empezar a ser visibles. «Me sentía en deuda con ellas».
«Hilando vidas de mujeres republicanas» reúne las historias de 85 mujeres. Unas 50 de ellas estaban en la lista del archivo municipal; el rastro de las restantes las encontró en las sumarias.
La mayoría de ellas eran de Huéscar (51), otras 10 de Castril; 14 de Puebla de Don Fadrique; de Galera una de ellas, aunque como precisa la autora, en realidad eran tres, pero las otras dos figuran en Huéscar y Castilléjar. En este último municipio, la autora ha recuperado la historia de 6 mujeres -dos de ellas procedentes de Linares y otra de Jaén,-. Finalmente con una mujer de Orce.
Fueron torturadas, violadas y sometidas a humillaciones, rapándolas y paseándolas por el pueblo sometiendolas a numerosas vejaciones.
En algunos de esos casos, «hay meses que dejaron de existir en sus vidas». Porque, como explica Rosa Chillón, estaban encarceladas en Huéscar pero en los documentos no constan hasta que se abren sumarias o son juzgadas.
La horquilla de edad es amplísima: desde adolescentes de solo 12 o 13 años hasta mujeres de 70. Había milicianas, militantes políticas, aunque no ha encontrado rastro documental de su afiliación a partidos, y otras para las que no constaba esa actividad política, aunque sí que participaron de las actividades organizadas mientras el pueblo y la comarca estuvo en zona republicana. En un caso, la mujer fue juzgada por «ser madre de sus hijos». Hijos destacados en la lucha contra los golpistas.
Es en ese tiempo en el que comienza el nexo de unión entre todas ellas. «El título del libro tiene su porqué. Todas se conocían. Los pueblos de la comarca son pequeños pero había muchos vasos comunicantes».
Se organizan; crean una asociación de mujeres antifascitas; ponen en funcionamiento, en La Puebla de Don Fadrique, un taller de costura para las milicias; tejen; y, mientras los hombres están en el frente, es esa organización la que permite a los pueblos salir adelante.
«Es muy hermoso. Intentaron ser fuertes y estar unidas», resalta Rosa Chillón, que recuerda que se cuidaron unas a otras.
«Hilando vidas de mujeres republicanas», publicado por Círculo Rojo, se ha presentado ya en Baza, Guadix, Armilla, Albolote, Atarfe y Granada.
Gracias Rosa por esta maravillosa presentación.
Así describe Rosa su pueblo natal
En el Altiplano granadino, rodeado de altas montañas, está la Comarca de Huéscar.
Cercado por el macizo de Cazorla-Segura-Las Villas, las cercanas sierras de Los Vélez y la todopoderosa Sierra Nevada, se encuentra el Altiplano, con sus paisajes lunares y sus propias montañas, las sierras de Castril y Baza, pero sobre todo la solitaria Sagra, la mágica sierra, la sagrada montaña.
En sus faldas, en la gran planicie, los primeros pobladores de Europa, los ríos de aguas bravas, los badlands, el desierto lunar, los extensos secanos y las fértiles vegas,
Desparramados por las laderas de cerros y montañas, en secanos o tierras de regadío es posible encontrar rebaños de espléndidas ovejas segureñas, con su identificación geográfica protegida que, identifica una de las mejores carnes del mundo.
La Sagra, su silueta en la lejanía, es el faro y el imán que atrae y guía a todos los huesquerinos, a mi también.
En este lugar, lejos de cualquier gran ciudad, en este pueblo con título de ciudad, cargado de historia e historias, frontera entre reinos, cobijo del hombre prehistórico que, dejó huella de su paso en La Piedras del Letrero en sus pinturas rupestres.
En este pueblo señorial al pie de la Sagra, de casas blasonadas con escudos navarros y castellanos, balcones cerrados con cristales para proteger de los rigores del los fríos inviernos.
En el mismo sitio donde decidieron crecer y reproducirse las enormes secuoyas cuyas semillas fueron traídas de la cálida Florida para que, aquí se les llamará “mariantonias” crecidas en la cara norte de La Sagra.
Ahí, aquí, nací yo.
Nací en este pueblo cargado de historia, crecí escuchando, cuentos, historias y leyendas de princesas cautivas en la Sierra de la Encantada, de tesoros encontrados en paredes y campos, de hombres fugitivos en los montes.
Nací y crecí en el seno de una familia humilde, en el barrio más humilde del pueblo, las cuevas, pero me enseñaron y me educaron con los más grandes valores.
Aprendí de mi abuelo Ángel a respetar y valorar a los demás por el valor de las personas, humildad e igualdad.
Mi abuela Luisa me enseñó a compartir con los que, tenían menos que yo, me enseñó que, la generosidad te llena el espíritu de alegría.
De mi abuelo Pedro aprendí el valor de la palabra dada, a ser seria y honesta conmigo misma y con los demás.
De mi abuela Pepa a ser responsable y respetuosa.