El programa de hoy está dedicado a los enclaves marginales que jugaron un papel importante en al gestación del jazz: los barrios de mala nota, con sus tabernas y prostíbulos de luces rojas que albergaron una música caliente, y por otra parte, a los reformatorios, donde chavales descarriados entraron en contacto con la música y se familiarizaron con los rudimentos musicales.
No hemos abandonado Nueva Orleans todavía, a cuya escena dedicamos el capítulo anterior, pues nos quedan muchos recovecos que visitar aún en esta ciudad seminal si hablamos de los orígenes del jazz. Hoy nos vamos a internar en uno de sus barrios más peculiares a comienzos del siglo XX: Storyville, cuya nota distintiva era la aparente ociosidad.Que el jazz tenga un origen exclusivamente prostibulario es, como tantos otros, un lugar común harto repetido y además falso. Lo mismo que el tango o el fado, el jazz no fue solo melodía de arrabal; los bailes masivos fuera de las mancebías contribuyeron igualmente a forjar su identidad. Pero es indudable que el burdel jugó un papel en sus inicios a raíz de que Storyville se convirtiera en la zona licenciosa de Nueva Orleans. El Distrito, como pasó a ser conocido, fue creado en la última década del siglo XIX como reserva de la prostitución, para mantenerla limitada en un área vigilada. Antes de la creación del Distrito, en Nueva Orleans la prostitución existía de largo, pero curiosamente el área seleccionada como zona roja de la ciudad fue un barrio afroamericano de clase trabajadora.
La mayor parte de las trabajadoras sexuales que oficiaban en Nueva Orleans eran mujeres de clase baja, migrantes que habían arribado a la ciudad sin recursos ni apoyos, obligadas a una forma violenta y en ocasiones miserable de ganarse la vida. Pero esto no siempre era así. No obstante la dureza del oficio, al margen de la explotación sexual y de género, hay autoras que han señalado las delicias del burdel también como un lugar especial de acogida. En Storyville estaba prohibida la música ruidosa. Los burdeles que no contaban con una pequeña banda de cuerdas al menos tenían en nómina a un pianista, un «profesor de música», como se los denominaba, que tocaba desde el anochecer hasta el amanecer. De hecho, muchas trabajadoras sexuales aprendieron en estos establecimientos a tocar el piano.
También nos ocuparemos de los músicos callejeros que pululaban por el barrio alrededor de salones y prostíbulos. E incluso emprenderemos un raudo viaje de cientos de kilómetros hasta el Pacífico, para visitar Barbary Coast, la zona licenciosa de San Francisco, con sus salas de baile, bares, clubes con espectáculos de variedades, garitos de marineros, fumaderos de opio y burdeles.
De vuelta en el viejo sur de los EE.UU, en la recta final del programa, visitaremos los reformatorios, las casas de acogida o de reclusión, según se mire, adonde iban a arar un montón de chavales por no tener familias que los protegieran o por ser pescados por la pasma cometiendo alguna infracción, de manera que la ley los mandaba a estos lugares que surgieron por un lado para frenar la delincuencia juvenil y por otro con verdadera vocación de reeducar (también musicalmente) y dar cobijo a chavales y chavalas, hueéfanos o que estaban a un paso de la penitenciaria estatal. Dos de los trompetistas de jazz que más destacarían en solitario provenían de reformatorios: Louis Armstrong y Jabbo Smith. Entre la calle, el burdel y el reformatorio se desarrolla la infancia de no pocos músicos de jass primitivo. Este fue el caso del clarinetista judío de Chicago Milton Mezz Mezzrow, todo un purista del jazz original.
HISTORIA SOCIAL DEL JAZZ PRIMITIVO Capítulo 5. «Una música de mala nota. Enclaves marginales en la gestación del jazz»
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