La Zapatera 1×02 Saisonniers: Perros, barro y trabajo precario

Agradecimientos infinitos a Marina por su maravillosa voz en el “Diario de Campo” y en las cuñas, a Pabliño por venir desde Cádiz para grabar el programa, a Eu @eucalzto_tattoo por su apoyo y el arte de la portada y a todxs lxs saisonniers con los que hemos “malvivio” tan bien en Francia. 

También nuestro reconocimiento a las personas temporeras del campo en España, especialmente a las personas en situación irregular, con las que muchxs hemos compartido trabajo. Empatizamos con su situación aunque también sabemos perfectamente que cuando hablamos de saisonniers, sin menospreciar nuestra precariedad, hablamos de una inmigración “privilegiada” respecto a las inmigrantes que mantienen el sector agrícola en el estado español.

Diario de Campo (Otoño del 2021, Saint-Pee-sur-Nivelle, Iparralde)

Eran las 2 de la mañana, el viento rugía y empujaba la tela plástica de la tienda de campaña con tal violencia que esta me golpeaba la cara. En el pronóstico decían que habría ráfagas de viento de hasta 160 kilómetros por hora.

Dentro de la tienda se mantenía el calor, pero dormir con aquel ruido era imposible. Al cabo de un rato escuché a Falgas gritando “Acho María, se cae el árbol, sal de la tienda!”. Al escuchar esto me asusté y salí de mi tienda yo también. Falgas soltaba las cuerdas de la tienda para moverlas, sus tres perros, Rubi, Galia y Lumen, miraban la escena asustados. María no parecía tan preocupada, ayudaba a Falgas sin demasiada alarma. Por otro lado, la zona a la que llamábamos salón o cocina, estaba totalmente destruida, la mesa hecha con palets y tablones había volado catapultando todo lo que tenía encima, las estanterías destruidas, la comida, tazas, cafetera… todo se escondía por la hierba del claro en el que acampábamos. “Mañana nos preocuparemos”, pensé.

María y Falgas arrastraban la tienda hacia un lugar alejado del viejo roble que adornaba aquel claro, y yo decidí tumbarme acurrucado en el asiento de atrás de mi coche. Cuando abrí la puerta del coche los tres perros me miraban, con el rabo entre las piernas. Al final dormimos los 4 allí, yo acurrucado en los asientos de atrás abrazando a la pequeña Rubi, Galia y Lumencio a los pies del asiento.

A las 7 de la mañana sonó el móvil, al que solo le quedaba un 15% de batería pues me había dejao la batería portátil en la tienda anoche. Salí y me encontré a Falgas. El campamento estaba destruido, pero había que estar en el campo para trabajar en 1 hora, así que nos pusimos a buscar la cafetera, el bote de café, levantamos dos sillas y colocamos el camping gas en el suelo. Nos preparamos un café calentito y nos lo tomamos, riéndonos de nuestra desgracia mientras el Sol asomaba por el horizonte de aquel hermoso paisaje verde de Iparralde. Se te puede haber derrumbado la casa, pero un café calentito antes de trabajar hace que el día sea un poco menos desagradable.

En el puesto de trabajo cogimos nuestras cajas y empezamos a recoger Pimientos, jugábamos a juegos gritando a través del campo mientras currábamos, hasta que el jefe nos miraba mal y gritaba alguna burrada en francés intentando imponer su ridícula autoridad. A pesar de ello, nos callábamos un rato, pues cuando eres un temporero en otro país no existen los derechos laborales para tí, y en cualquier momento el jefe te puede echar a la calle por cualquier motivo que le parezca justificable. Recogiendo pimientos por el sueldo mínimo y cobrando las muchas horas extra que hacíamos como hora normal, te hacía plantear muchos dilemas, ¿por qué, si nosotros somos los que mantenemos la producción en todas sus fases, cobramos tan poco mientras el dueño se forra? ¿Por qué si el jefe es millonario no puede siquiera cumplir lo que exige la ley en cuanto a derechos laborales y pagarnos lo que debe?

Otra jornada de trabajo precario pasó, volvimos al campamento. Por suerte, algunas de las compas que no trabajaban habían reconstruido casi todo. Habían cortado bambú para hacer columnas de las que sujetar una lona de plástico que hiciese de techo, construyeron una mesa nueva con palets y tablones, del punto limpio de la zona habían reciclado algunas estanterías y volvíamos a tener un hogar en el que al menos sentarnos, charlar y enfrentarnos en comunidad a nuestra precariedad.

Tras cenar, charlar un rato y beber algo caliente, me encaminé a mi tienda de campaña, aún con las botas de agua puesta desde por la mañana, por un camino de barro en el que se hundían unos centímetros. Al llegar a la tienda, lleno de barro de todo el día, me senté en el techado de la puerta, me quité la ropa del día y rápidamente para evitar el frío del Otoño Vasco, me puse ropa cómoda para dormir.

Dentro de mi tienda tenía un lugar de calor y calma, di gracias por haber reciclado ese colchón y las sábanas que me permitían estar calentito y cómodo, a pesar del frío, el viento y la lluvia.

Hace poco llovió tanto que no se veía a 2 metros de ti, y el campamento de unos colegas de trabajo se inundó, convirtiéndose en un estanque de tiendas de campaña, mochilas y hasta coches. El año pasado calló una granizada tan bestia que parecía que había nevado, e incluso llegó a nevar en Diciembre mientras Emma y Fra seguían acampados en su autocaravana y trabajando.

Me fui a dormir preguntándome, entre la risa y la frustración ¿Qué nos tocará mañana?

Cuerpo del Programa

En este segundo episodio de La Zapatera, Pablo de Barrio García de Sola, graduado en Sociología, nos presenta su investigación titulada Acercamiento a la vida cotidiana de los temporeros agrícolas españoles que viven en campamentos en Francia” y a la “Identidad Saisonnier”.

En esta investigación de campo, Pabliño, como él prefiere que le llamen, nos muestra la vida de los jóvenes españoles que emigran desde todas partes del estado español, pero especialmente, desde el Sur, hacia el Norte, buscando una escapatoria a su precaria rutina. En el camino los Saisonniers encontramos una precariedad diferente, un sueldo digno para nosotrxs pero igualmente indigno en comparación al coste de vida francesa, unas condiciones de trabajo a veces cuestionables, y las miradas y el desprecio de las comunidades locales. Malviviendo durante temporadas del año, reciclando comida de los contenedores de los supermercados, muebles de la basura, construyendo con lonas de plástico y viviendo en tiendas de campaña o en furgonetas lxs más “acomodadxs”, encontramos un espacio al margen de la sociedad capitalista convencional, en el que experimentar con nuestra identidad, nuestro cuerpo y nuestros límites, pero también un contexto donde se dan espacios de fraternidad desorganizada, de colegueo disidente y de aprendizaje por supervivencia. Un espacio donde el apoyo mutuo nos permite, a veces, relativizar y reírnos de nuestra precariedad, pues se hace palpable que no podemos huir de ella.

Canciones

Nos gusta cagarnos en la sociedad – La Banda Trapera del Río

Dani Cosmic – Pas Travailler

Compay Segundo – Oui, Parle Frances

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